miércoles, 9 de marzo de 2016

CUENTO: MI MADRE ALCOHOLICA. PARTE 9

                      MI MADRE ALCOHÓLICA 
                      
                                 PARTE 9 

                                                                                  De: Jorge Godoy

      ver la parte 8                                               


         Las cosas no progresaban. Al regresar Juan a la ciudad de inmediato fue a ver a María, la encontró desvalida y rendida ante montones de botellas vacías que había en cada rincón de la casa. " ¿Como anduviste? " Le pregunto el, cuando ella le abrió la puerta para que entrara, no le contesto, lo dejo pasar y solo atino a levantar la mano y de su boca se oyó un pálido y desganado " Hola". Luego de que con su vista recorriera el interior de la casa, Juan, empalideció y se quedo helado y mudo. Había botellas por todos lados, apoyadas contra la pared, tiradas por el piso y en los rincones. No era lo que el había esperado, si bien no tenia muchas esperanzas de que ella pudiera mejorar por lo menos en algo su vida, contaba aun con una fuerza adentro que todavía le permitía quedarse al menos con una mínima ilusión, invalida, por supuesto, pero ilusión al fin. 

      La casa por dentro estaba desaseada, en los pisos pudo notar que en todo el tiempo en que el no estuvo, la escoba, ni se había movido de su lugar, las telarañas en los marcos de las ventanas eran parte de la decoración. Al pasar vio su sofá, donde dormía, todo sucio, manchado, probablemente con manchas de vino. Pudo ver la cama adonde ella dormía totalmente desarreglada, sin las sabanas, las busco con la mirada y las encontró hechas un par de bollos en uno de los rincones de su habitación. María lo invito a sentarse a la mesa para charlar, y allí pudo observar con detenimiento que ella andaba con la cara sucia, con los cabellos enredados, parados, como saben lucir casi todos los borrachos, mas cuando se levantan de dormir. Hablaron un poco de como iban las cosas en el campo y otro poco de como le iba a ella aquí en la ciudad. Nada novedoso. Después de un momento ella arremetió diciendo que ya era la hora de ir a trabajar. Se levanto, le pidió a Juan si quería acompañarla. Juan accedió. 

      Iba el por detrás de ella, sin dejar de mirarle con pena la ropa desarreglada y sucia que llevaba puesta y, mientras ella salia, Juan giro su cara para mirar, para asegurarse si un poco mas allá, en la pieza, todavía seguía ese pequeño altar improvisado adonde ella rendía homenajes a su madre. "Que mas" "que mas", pensó el en voz alta, con rabia, con odio, "que mas podía seguir pidiéndole esa madre sinvergüenza desde la imaginación de ella, pobre diabla que en la vida lo único que había aprendido fue a obedecerla y encima aun, todavía, lo hacia desde el infierno". Si por lo menos todo eso fuera verdad, pensó, se quedaría allí firme durante toda la noche para preguntarle porque en vez de destruir a su hija, no la ayudaba. Porque no tenia piedad con alguien que trajo al mundo solo para hacerla sufrir, solo para pagar el precio de su infelicidad y porque no la dejaba tranquila y se retiraba de una buena vez de la vida de ella y de la vida de el.


         María tomo el carrito de siempre, el que le habían regalado en el supermercado y abrió la puerta para salir a la calle. El la acompañaba. La nochecita de primavera era agradable, el llevaba puesto solo una camisa desabrochada sobre una remera delgada de algodón. Ella, por el contrario, iba arropada, como suelen ir los de su clase, pareciendo ser que nunca tienen calor. Unas zapatillas rotas y sin medias, las botamangas ajironadas, deshilachadas, permitían con facilidad ver de los pies, la impregnada costra sobre la piel. 

        Cuadra y media y detuvo su andar y empezó con el primer montón de cartones, a juntarlo y apretarlo lo que mas podía adentro del carrito para que ocupara menos espacio, Juan ayudo. María saludo a cuanto linyera cruzaron en el camino, Juan hizo lo mismo. Y María sonreía, disfrutaba de su trabajo, de su paseo nocturno, lucia como un pez en el agua, era feliz, entonces Juan se preguntaba si era realmente necesario ayudarla o realmente al que había que ayudar era a el. 

       Ya en casa, una segunda botella de vino y una tercera, se abría delante del y el,  apenas sorbía de a poco, con obligación, acompañando, a ese ritual dañino y destructor. El sueño comenzó a pesar, sacudió el polvo del sofá, dio vuelta los almohadones, se desacordono los zapatos, se los saco, se saco la camisa.  Miro a María y le dijo "buenas noches". Se fue a acostar cansado, se quedo fijo mirando el techo despintado queriéndolo atravesar con la vista para llegar hasta el cielo, para rogar a Dios que le contestara, como y de que forma debía seguir. Y preguntarle porque si a María que estaba en el otro cuarto prendiendo una vela y predispuesta  a conversar con su madre, la que le respondía a cada pregunta, porque a el, aunque solo fuera por un único momento, un ángel del cielo, o Jesús mismo, o María, nunca le contestaban.


         Al día siguiente, se ordeno para diligenciarse hasta la dirección adonde el cura amigo del campo lo envió. María seguía dormida, en su mundo, tal como era su costumbre. Así que, se vistió, salio a la calle, despacio sin hacer mucho ruido y se fue. Conocía bastante la ciudad, eso ayudo y no le fue difícil encontrar la dirección. Bajo del colectivo que lo había acercado allí nomas a solo un par de cuadras que luego hizo caminando. Llego hasta el frente de la casa miro hasta arriba de la puerta de madera que había, como suelen hacer los desconocidos antes de entrar a un lugar que no conocen. Miro un timbre, lo pulso dos veces como para llamar la atención de que algún foráneo afuera aguardaba. Un señor bajo, gordo, calvo, bien vestido lo atendió, asintió que era el lugar correcto que el buscaba, que el doctor lo atendería luego de que esperase por unos momentos sentado en uno de esos sillones que siempre sirven para la espera. Una y mas revistas de la que estaban en una mesa ratona, para entretener, le sirvieron para distraerse por un momento no muy largo en que se hizo presente un señor flaco, alto, canoso, con lentes, que cargaba en su cara una sonrisa acogedora que estiro la mano para saludarlo y aseguro ser el mismísimo psicólogo que su amigo el cura del campo le recomendó. 

      Paso a un despacho, tomo asiento algo incomodo, esperando a que el doctor empezara a interrogarlo, después de todo no había por que preocuparse para eso se había llegado hasta allí. No sabia bien como comenzar, le daba vergüenza, pero el menester lo obligo. Trastabillo en las primera palabras , pero luego se dio empuje y arranco con la historia, y hasta el final no paro. El rostro del doctor inmutable durante la escucha, empezó a gesticular, buscando respuestas, dejando de lado las académicas, su edad lo obligo a buscar entre las memorias de sus experiencias algún caso similar, parecido, solo para cotejarlo, para buscar una referencia en donde afirmarse con alguna hipótesis. 

   ---Lo mejor en estos caso es que venga con la persona enferma. Dijo el, mirando por lo bajo, preocupado.

   ---Es difícil que ella se venga conmigo, si le digo la verdad, no va a querer venir. Dijo Juan.

   ---Lo debería hacer como sea, debemos practicarle algunos estudios para ver como anda su salud mental y la parte física también.

   ---Claro, claro, respondió Juan apremiado, pensando en lo difícil que seria que ella fuera al consultorio del medico.

   Al ver que Juan con toda sinceridad demostraba estar en serios aprietos, el medico le dijo: 

    ---De todas formas si tengo que hacerme una escapada hasta adonde viven, no va a haber problemas, siendo usted un recomendado de mi primo el cura, siempre hay un agujero de tiempo para los conocidos.

    Al llegar el sábado, el y ella fueron nuevamente al cementerio, a cambiar las aguas de los floreros. El a ayudar con la limpieza y ella a sentarse a conversar con su madre ya fallecida.


                                              Fin de la parte 9



Estimado Lector, muchas gracias y sera hasta la próxima entrada.